Autor: © Jesús Alejandro Godoy
—Este gran negocio... —murmuro y me froto la barbilla como si por enésima vez urdiera mi plan desde cero y llegara a... a... a... eso...: la nada—.
“La nada” repito para mis adentros.
Rápidamente corrí por vigésima vez hasta mi escritorio y verifiqué mis papeles: todo estaba en orden; pero...
—¡La venta no es de calidad! —grito y golpeo con mi puño el escritorio; mi lámpara con base nácar, rueda por el suelo, al momento que estalla la bombilla—.
¡Diablos y centellas! ¡Por todos los demonios del infierno!
Me quedo un tiempo de pie. Mis ojos me laten.
“Diablos, se me van a salir como corchos de champagne y me los va a robar Filo, para luego comérselos de un bocado” pensé.
Me palpo la sien, y escucho enseguida el ronroneo de Filo, que se pasea por el borde del ventanal con la habilidad de un eximio equilibrista sin red, que a su vez fuma un puro mientras saborea un exquisito borboun.
Sus ojos amarillos contrastan con su pelaje negro y brilloso. Su cola bailotea con las sombras de la habitación. Su mirada es tajante, mordaz y exacta; él sabe que no puedo dejar nada al azar, yo sé que no se puede dejar nada al azar; todos, saben, que nada se deja al azar.
Y ahora justamente...
—Ahora que llega a mí, el gran negocio del siglo, no tengo materia prima —murmuro—. ¿Qué hago Filo?
El gato mueve la cola y se sigue balanceando por el borde del ventanal. Un paso a la vez, un movimiento complejo e inverosímil a la vez.
Bajo la vista y vuelvo a mis anotaciones.
Me siento ágilmente en mi sillón Luis XV, y hundo mi espalda sobre el rellano del respaldo. Por un instante huelo el ágil perfume ancestral del tapizado y de la madera. La cabeza me está por estallar.
Mi ambo gris topo ya ha perdido su grácil loción, y ahora huelo a impotencia, que sé, prontamente se transformará en furia.
Peor no deseo, ni quiero llegar a ése estado de ultraje emocional.
—¿No...? Filo ¿Por qué tendría que enfurecerme? —murmuro.
Filo baja de su sitio a la alfombra persa y se cuela bajo el armazón de un sillón ornamentado en plata e hilos de oro todo su diseño.
“Gato imberbe —pienso—. Esos ojos se asoman por debajo de las tinieblas, me ven, me oyen; y sé, que están esperando una disculpa instantánea”
—Sorry Filo —digo desinteresadamente y el ronroneo comienza nuevamente—.
Casi desvaneciéndome por no saber como solucionar el entuerto, poso mis ojos en el tablero de ajedrez.
Todas las piezas talladas en fino diamante, están atravesadas por una luz mortecina y algo reacia a entrar a mi lugar. El caballo de mi adversario amenaza a mi reina y uno de mis alfiles está por atacar a una torre; es una jugada algo escueta (en honor a la verdad) pero es bueno tener un tiempo para jugar una partida de vez en cuando con un antiguo oponente. Lamentablemente esta partida había quedado inconclusa por asuntos de negocios...
“Ese pelilargo, que siempre desaparece por arte de magia, es astuto si... pero no me ganará nuevamente” pienso y me froto la sien izquierda y vuelvo a mi realidad.
—Ahora —digo volviendo a mis anotaciones y mis bitácoras financieras—, ¿Qué es lo que sucede aquí, que no puedo siquiera aspirar a cerrar esta maravillosa transacción?
“Números —pienso, todos son malditos números, pero el valor que puedo obtener por esta maldita cosecha, es ínfima a comparación de la tarea que tengo que realizar”
Entonces, vuelvo a ponerme de pie, y a acercarme a mi ventanal preferido. Miro el bosque casi selvático que tengo delante de mis narices. La bruma me relaja y las sombras que se generan por el vaivén de los árboles me apasionan.
La luna hoy es menguante y el cielo deja que las nubes se deslicen en su enorme seno.
Toco mi barbilla nuevamente.
“Ya no hay material de calidad” pienso.
Giro.
—Tendré que intervenir —digo. Soy el accionista mayoritario de esta causa y no puedo fallarles a mis principales acreedores—.
Cuando doy un paso en dirección a la puerta, me pregunto si será necesaria mi intervención para obtener la calidad necesaria de mi materia prima, para luego lograr un producto terminado de absoluta aceptación.
Me cruzo de brazos.
Doy un paneo a mis Boticelli, mis Picasso, mis Da Vinci, mis Rafael y sigilosamente me acerco a mi biblioteca: Sócrates y Platón se apiñan con Heródoto y Aristóteles; lejos de ahí mi preferido: Stephen King, se codea con Borges y algo de Lao Tsé que está a medio leer (tengo que admitirlo)
Suspiro y dejo caer mis hombros, como si sobre ellos se hubiese posado un enorme ave con garras de hierro y alas de acero.
—Volver —digo.
“Volver a ése apestoso, mugriento y desahuciado lugar, donde todo es matanza, bella codicia, avaricia, lujuria y mentira” pienso algo sombrío.
—¡Volver a ese apestoso sitio...! ¡Donde todo es falso, ruinoso, efímero, malicioso, y pulcramente endemoniadoooo! —grito y salto de alegría—.
La cola de Filo se empieza a menear por debajo del mueble al compás de mi loco (y algo infantil) baile. Jalo de ella y recibo una mirada de desaprobación inmediata; pero mientras sigo bailando, veo una sonrisa melosa que tiene algo de demencial; entonces tomo a Filo entre mis manos y lo alzo para que baile y salte conmigo.
—¡Filo, volveremos a la tierra por un tiempo, tu y yo! —grito saltando de alegría—. ¡Volveremos a nuestro hogar por un tiempo! ¡Volveremos para buscar más materia prima...!
Bailamos y ambos gritamos hasta que todos los cuervos volaron sobre nuestras malditas cabezas; hicimos que los cimientos de éste aburrido lugar se empezara a fracturar. Y hasta creo, que lloramos de alegría.
Luego de que toda la exaltación hubo pasado, Filo se queda jadeante sobre el sillón bajo un Matisse; y yo, quedo sonriente apoyado sobre mi escritorio de roble.
“Volveremos a la tierra a buscar más materia prima” pienso
—Volveremos a buscar más almas de esos números idiotas, para vencer en nuestra empresa... nuestro gran negocio —murmuro y sonrío—, y ahora que el gran momento se acerca —miro a Filo atentamente—, no sería inteligente de mi parte, el aparecerme en la batalla con las manos vacías—.
Filo empieza a ronronear como nunca antes y sus ojos se dilatan hasta su máxima expresión, su hocico se frunce con una sonrisa de payaso y su cola parece enhebrarse en algunos espíritus sueltos por ahí.
—Vamos Filo, tenemos trabajo que hacer —digo.
Camino hasta la puerta de mi oficina. La abro casi hasta con impaciencia y salgo al ruidoso tránsito de mi fábrica de terror y desconsuelo.
Huelo el aire. Veo que todo está como debería estar: el aire es una mezcla de carne chamuscada, con heces en descomposición, gusanos, carne hedionda y hielo.
Filo se relame y maúlla.
—Pronto, Filo, muy pronto —digo.
Apago la luz de mi oficina, cierro la puerta y dispongo todo para mi partida.